Hace varios fines de semana fue intenso: viernes, Rammstein, 51.000 asistentes, sábado, The Sex, Mötley Crue y Def Leppard, 30.000 asistentes.
Bastante cansado, la verdad, volviendo el sábado en metro de Rivas a casa, pensaba medio dormitando ¿a diario hay tanto rockero duro, hard rockero, heavys o miembros del resto de tribus rockeras, o solo en momentos puntuales, algo así como un rito colectivo?, ¿tiene el rock influencia y efecto en la vida de las personas, sobre todo en la peña más joven?, ¿vamos de concierto por ganas de contacto físico, por la música en directo, por el show?, ¿por hacer mil fotos y vídeos y decir en las redes sociales: yo estuve allí y mira que bien lo he pasado?
Sería el calor del carajo que hacía, que te cobren 12 pavos por un mini de cerveza, 45 por una camiseta oficial, que se hagan en recintos a una hora y pico en metro de tu casa o que, de tanta peña que en lugar de puños y cuernos en alto están grabando con los móviles que no puedas ver el escenario y te pasas medio concierto mirando al las puñeteras pantallas gigantes... y, no sé por qué, ni venía a cuento, me acordé de un debate musical que vi hace bastantes años en el que el cantante de una banda defendía y reclamaba un hueco para el heavy, en este caso el nacional.